"El Apocalipsis" de Antonio Berni
No sea cosa que el 21 pase eso del Apocalipsis y estos seis libros de ficción (¿de ficción? ¿hay alguno que no lo sea? ¿Debí haber usado la palabra "novela"?) que son algunos de los que leí en estos últimos meses se queden fuera del inventario que también es este blog. Creo que uno que otro hace más de unos meses que lo leí, pero como seguía amontonado en mi mesita de luz lo metí acá y ya, volverá en unos minutos al estante donde vive hasta que le toque (si tiene suerte) alguna relectura. El orden fue el azar que le dio el "Inserta imagen", y ya saben, solo es ayuda-memoria que no sé porque carajo tengo que divulgar en la World Wide Web; será una pregunta para el analista que no tengo, o será directamente una forma de evitar tener ese analista que no tengo, o será, o que será qué será ...
"La elegancia del erizo"
de Muriel Barbery
¡Puta Madre! No anoté nada en esas hojitas en blanco que quedan al final del libro. Eso puede querer decir dos cosas: 1) Que nada me llamó mucho la atención; 2) Que todo me pareció muy por encima de la media y era difícil resaltar algo. Bué, en realidad ninguna de las dos. Hay muchos buenos detalles para destacar, incluso algunos excelentes; la parte agria del gusto agri-dulce (¿te acordás? como esos caramelos de envoltura colorida según la fruta y tan duros que hacía que uno prefiriera los sugus; porque, es necesario decirlo, para caramelos duros no había como los media-hora) que me dejó este libro (eso sí, un poco por encima de la media), la parte agria, decía, es la que suena pretenciosa y artificiosa (osa osa osa), eso con unos vapores de mirada pequebú de la realidad y derrapando en moralejas posmo-fin-de-siglo. El personaje de Paloma algo fallido y haciendo agua, y una Renée fantástica; Renée salva todas las lagunas y desviaciones aunque uno pueda no coincidir en toda su visión del mundo. La aparición del Japón primero, del Sr. Kaburo luego y finalmente de su mano (de la del Sr. Kaburo) "Las Hermanas Munekata" de Yasujiro Ozu, levantan la historia y hacen olvidar algunos despistes que agrían un poco la lectura.
Les transcribo algunos (bué todos) renglones de las dos primeras páginas
Bué, tal vez no coincida con las apreciaciones de Renée, pero ¡qué manera de empezar un libro, che! Me recuerda que hacia desde uno de Murakami que no sabía de personajes que leyeran "La ideología alemana", razón que me hace pensar en lo "japonés" otra vez, y que es la parte de este "La elegancia del erizo" que más me gusta.
"...
-Marx cambia por completo mi visión del
mundo -me ha declarado esta mañana el hijo de los Pallières, que no suele
dirigirme nunca la palabra.
Antoine Pallières, próspero heredero de una
antigua dinastía industrial, es el hijo de una de las ocho familias para
quienes trabajo. Último bufido de la gran burguesía de negocios -la cual
no se reproduce más que a golpe de hipidos limpios y sin vicios-, resplandecía
sin embargo de felicidad por su descubrimiento y me lo narraba por
puro reflejo, sin pensar siquiera que yo pudiera estar enterándome de algo.
¿Qué pueden comprender las masas trabajadoras de la obra de Marx? Su lectura es
ardua; su lenguaje, culto; su prosa, sutil; y su tesis, compleja.
Y entonces por poco me delato como una
tonta.
-Deberías leer La ideología alemana -le
digo a ese papanatas con trenca color verde pino.
Para comprender a Marx y comprender por qué
está equivocado, hay que leer La ideología alemana. Es la base antropológica a
partir de la cual se construirán todas las exhortaciones a un mundo nuevo, y
sobre la que reposa una certeza esencial: los hombres, a quienes pierde el
deseo, harían bien en limitarse a sus necesidades. En un mundo en el que se
amordace la hibris del deseo podrá nacer una organización social nueva,
despojada de luchas, opresiones y jerarquías deletéreas.
-Quien siembra deseo, recoge opresión – a punto
estoy de murmurar como si solo me escuchara mi gato.
Pero Antoine Pallières, cuyo repugnante y
embrionario bigote nada tiene de felino, me mira desconcertado por mis extrañas
palabras. Como siempre, me salva la incapacidad que tienen los seres de dar crédito
a todo aquello que hace añicos los marcos que compartimentan sus mezquinos hábitos
mentales. Una portera no lee La ideología alemana y, por lo tanto, no podría de
ninguna manera citar la undécima tesis sobre Feuerbach. Por añadidura, una
portera que lea a Marx, a la fuerza lo que le interesa tiene que ser la
subversión, y le vende el alma a un diablo llamado CGT. Que pueda leer a Marx
para elevar su espíritu es una incongruencia que ningún burgués llega a
concebir siquiera.
-Saludo a tu
madre de mi parte –masculló, cerrándole la puerta en las narices, con la
esperanza de que la fuerza de prejuicios milenarios cubra la disfonía de ambas
frases..."
Bué, tal vez no coincida con las apreciaciones de Renée, pero ¡qué manera de empezar un libro, che! Me recuerda que hacia desde uno de Murakami que no sabía de personajes que leyeran "La ideología alemana", razón que me hace pensar en lo "japonés" otra vez, y que es la parte de este "La elegancia del erizo" que más me gusta.
Para finalizar este mucho-más-largo-de-lo-que-yo-pensaba comentario les transcribo la sensacional Tesis Nº 11 sobre Feuerbach de Marx:
"Los filósofos no han
hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que
se trata es de transformarlo"
"El oficinista"
de Guillermo Saccomanno
Este sí que lo recuerdo muy bien. Es el primer libro que leo de Saccomanno, a quien vi muchas veces en programas de tele hablando de libros, claro. Lo manoteé al pasar hacia la caja de la librería por la sola atracción que me generaba el título; supuse que la historia hablaría de alguien como yo. El libro habla de alguien como yo; es durísimo reconocerse en cada página, pero no deja de ser un buen ejercicio.
El cuento está situado en una hipotética Buenos Aires (creo que nunca dice en que ciudad, pero uno puede reconocer un lugar que conoce muy bien, y quiere demasiado, por más deformado que pueda aparecer), lluvia ácida, violencia y algo de tecnología que vendrá. Un oficinista como centro de un via crucis que podría pasar pasado mañana, o, helando tu gesto, al saber que está pasando en esta décima de segundo en cualquier parte del mundo, incluso en la parte del pequeño mundo que soles habitar. Es inevitable que tu cabeza transite por películas como "Blade Runner" o "Brazil"; y en algún momento el ambiente parece ir más allá del simple "homenaje" o "guiño de ojo al lector".
Aparte de descubrir "cine" que tengo super-masticado (masticado con muchísimo gusto por otra parte), me gustó por sobre lo que normalmente me gustan las cosas que leo.
Te transcribo unos renglones del Capítulo 31
"...
Las tres de la madrugada
en todos los relojes de la ciudad. Las tres de la madrugada en las calles
mojadas. Las tres de la madrugada en los pórticos donde yacen los sin techo. Las
tres de la madrugada en las estaciones de subte. Las tres de la madrugada en
las plazas de cemento. Las tres de la madrugada en las autopistas desiertas. Las
tres de la madrugada en los escombros llameantes del último atentado. Las tres
de la madrugada en el campamento guerrillero. Las tres de la madrugada en los
cuarteles. Las tres de la madrugada en las pistas de aterrizaje. Las tres de la
madrugada en los hangares, los helicópteros quietos con sus hélices húmedas de
sangre de murciélagos. Las tres de la madrugada en los hospitales silenciosos. Las
tres de la madrugada en las celdas de las comisarías y en el hacinamiento de
las cárceles. Las tres de la madrugada en el puerto. Las tres de la madrugada
en los palacios del gobierno. Las tres de la madrugada en la oficina desierta. Las
tres de la madrugada en el departamento donde su mujer y la cría duermen. Las tres de la madrugada en el departamento de
la secretaria. Las tres de la madrugada en el country donde vive el jefe con
sus adoptaditos balcánicos..."
"La bailarina de Izu"
de Yasunari Kawabata
Este es un libro que puede reflejar muy bien la mierda que significa el negocio editorial. Un libro innecesario a menos que editar un libro solo signifique escapar con un puñado de dólares y la oportunidad de publicar una mediocre monografía a modo de prólogo.
Dicho eso, creo que muy claramente, digo: Yasunari Kawabata es excelente. Kawabata es tan bueno que aún a casi 100 años de haber escrito lo que se publica en este libro y a 40 de estar muerto puede sacar la cabeza de entre la mierda del negocio editorial y mostrarnos imágenes de pura belleza en unas fragmentadas páginas que él mismo desechó publicar.
¿Para qué puede servir un libro como este? Para ver el proyecto de un artista que todavía no lo es en toda su dimensión; para empezar a conocer que este tipo es mucho más que un atrayente nombre en japonés; para que unos vivos hagan unos mangos; para que una traductora publique un texto casi universitario.
Si por casualidad o accidente leiste estas líneas, me tomo el atrevimiento de aconsejarte que leas a Kawabata, pero no este libro. Kawabata puede acercarte, aparte de belleza y cierta profundidad como al descuido, una manera de entender como se mira el mundo desde aquella esquina del planeta, como las categorías occidentales dialogan, se besan, se destruyen delante de tus ojos, y luego construyen imágenes nuevas con elementos que creíamos conocer muy bien.
"In the Country of Last Things"
de Paul Auster
Fue increíble. Me llegó en una época del año en que me obligo a leer "escolarmente". Había apenas acabado el de Saccomanno y quise escuchar una voz que me sonara bien diferente para sacudirme el clima apocalíptico y opresivo de "El oficinista". Y agarré este de Auster. Vaya-vaya-vaya, what a surprise! Salía de una Buenos Aires invadida por helicópteros, explosiones y perros clonados y me sumergí en una New York post-tecnológica, amurallada, horrorosamente desvastada, extrañamente corporativa y con algunos resplandores bradburianos (si me permiten decirlo así salvajemente, bué, ya lo dije y no creo que me explaye).
(Repito lo de más arriba: "creo que nunca dice en que ciudad, pero uno puede reconocer un lugar que conoce muy bien" -esta vez por las películas y algún paso fugaz- "y quiere demasiado" -¿por qué no?- "por más deformado que pueda aparecer")
Paul Auster siempre me gusta, a veces mucho, alguna un poco, y otras me parece genial (como en la "Música del azar" por ejemplo).
Pero como dicen las tías solteronas, o que merecieron serlo, primero lo primero. Y para mí lo primero en "El país de las últimas cosas" es decir que el relato tiene ritmo, la historia está contada con swing, desparrama smowing como si estuviera sumergida en Ginebra Bols y la hubiese escrito el Loco Gatti.
Es una historia inquietante. A primera vista inquietante, porque aunque esté presentada en un mundo que nos resulta evidente que todavía no es, nos podemos representar su posibilidad cierta según el rumbo que parece podríamos tomar los humanos como sociedad. Y doblegando la apuesta, reflexivamente inquietante, porque cualquiera que pueda realizar un mínimo movimiento más de la inteligencia mientras lee, sabrá que las situaciones que van sucediendo en la historia no solo pueden ser una metáfora del mundo actual, sino también imágenes crudas (y crueles) del "aquí-y-ahora".
En fin, gente que busca gente desaparecida que busca gente desaparecida en una ciudad-sociedad degradada en casi todos los sentidos y por casi todas las personas. Esos "casis" son los que nos salvan.
Bué, una tarea "escolar" que resultó muy agradable en el ritmo que le imprimió el artista, aun en la angustia de haber vivido dentro de ese relato; y ya sabés, con solo cerrar el libro te despertarás nuevamente en este mundo maravilloso que habitamos (?)
Bué, una tarea "escolar" que resultó muy agradable en el ritmo que le imprimió el artista, aun en la angustia de haber vivido dentro de ese relato; y ya sabés, con solo cerrar el libro te despertarás nuevamente en este mundo maravilloso que habitamos (?)
"Una historia del mundo en diez capítulos y medio"
de Julian Barnes
No sé porque seguía este libro en mi mesita de luz. Lo leí en Julio del año pasado, luego de un viaje de un mes y medio, después de 8 años sin vacaciones y de una relectura del "Ulises" de Joyce; supuse que una historia del mundo en tan solo 350 páginas sería una actividad ligera que me restablecería a mi realidad de oficinista, dejando atrás ese sueño national-geographic que había logrado cumplir. Bué, me restablecí a mi vida de oficinista sin ningún trauma (mmmmmmm) decorando mis horas libres con esta historia de la carcoma a través del tiempo del planeta.
La carcoma siempre menguando alguna nave, incluso algún sillón, según recuerdo; desde el Arca de Noé hasta una nave espacial, con un final Monty Python y con ¡fútbol!.
Acabo de releer algunos pasajes para acordarme de lo que no me acordaba y veo que está mucho mejor de lo que me acordaba (no hay ninguna anotación en las últimas páginas en blanco de mi libro, excepto las palabras mariposas y Kurosawa). Pero de lo que si me acordaba muy bien es del capítulo que más me había gustado, y veo releyéndolo que realmente es muy bueno.
Acabo de releer algunos pasajes para acordarme de lo que no me acordaba y veo que está mucho mejor de lo que me acordaba (no hay ninguna anotación en las últimas páginas en blanco de mi libro, excepto las palabras mariposas y Kurosawa). Pero de lo que si me acordaba muy bien es del capítulo que más me había gustado, y veo releyéndolo que realmente es muy bueno.
Mi preferido, según mi memoria, es el Capítulo 5: "Naufragio". Veintiocho páginas excelentes que cuentan una historia del naufragio de la fragata Medusa; sí, esa con cuyas maderas construyeron la balsa inmortalizada en un magnífico cuadro que imaginó y pintó Géricault (cuadro que está en alguna entrada vieja de este blog). Unas páginas que si tenés algo entre oreja y oreja estimularán tu curiosidad.
Les transcribo aquí y ahora una pregunta que aparece allí (y de la que se intenta una respuesta exhaustiva, creo):
"¿Cómo se puede transformar la catástrofe en arte?"
"City"
de Alessandro Baricco
¡Wwwooooooooo! De este libro sí que no sé que decir. Dice Alessandro Baricco: "Hay un chico que se llama Gould y una chica que se llama Shatzy Shell (ninguna relación con el de la gasolina)". Pero la verdad es que hay mucho más, de una manera que es imposible resumirlo; tal vez el título sea un intento de decirlo; leer "City" es como caminar por una ciudad, por una ciudad interesante. Los personajes irrumpen delante de tus ojos, y ya no es fácil dejarlos ir (¡Hey! ¡Perseguidor! Un joven genio -Gould- y una chica como alguien cualquiera -Shatzy- ¿capaces de ver la elegancia que lleva el erizo?).
(Antes de seguir me voy a tomar unos minutos, comer pizza y tomar un fernet, luego vuelvo)
(Volví)
Y están Diesel y Poomerang, y los profesores Taltomar y Kilroy cada cual en lo suyo, ¡y Larry!, y ese Western maravilloso. Y esa escena en el MacFastFood digna de Beckett. ¡¡¡Hay fútbol!!! ¿Y las "Nymphéas" de Monet?.
No sé que dice la crítica especializada, ni me importa, incluso me importa menos de lo que le pueda importar a nadie esto que estoy escribiendo acá y vos estás leyendo. No sé si es una gran novela o una más-o-menos, lo que sí sé: es que es como un gran boulevard parisino que lleva una anécdota fantástica en cada cuadra y si no te la cuentan o no la descubrís ¿qué mierda importa?, total después de cruzar la calle seguro encontrás alguna que esté a la altura de tus expectativas.
Algunos renglones, elegidos (casi) al azar (a los que me gusta llamar como puaj):
"...
Fotografían las
Nymphéas.
Conmovedor. La muleta arrojada contra los cañones
del enemigo. Objetivos de 50 mm lanzados en picado como retínicos kamikazes
contra las flotas de ninfeas huidizas. Ni siquiera el flash está permitido por
los despiadados preceptos del reglamento: impresionan películas buscando
encuadres humanos —imposibles— corregidos por mortificantes flexiones de
rodillas, torsiones del tronco, oscilaciones sobre el centro de gravedad.
Mendigando una mirada cualquiera, confiando quizás en el milagroso y químico
socorro del cuarto oscuro. Los más conmovedores —entre todos, los más conmovedores—
proclaman a gritos su derrota al interponer entre objetivo y ninfeas la
mortificante presencia corporal de un pariente, generalmente colocado, como un
gesto simbólico de rendición, de espaldas a las ninfeas. Durante años, más
tarde, saludará a invitados y amigos, desde encima de una cómoda, con una
apagada sonrisa, como un primo que naufragara, años atrás, en un estanque de nymphéas,
hélas, hélas. El viejo pintor desvergonzado se los lleva consigo, así, perdidos
en una tarea imposible, mirar una mirada inexistente, conquistados y vencidos,
saqueados por su astucia, los hombres simplemente, por él, de sus ninfeas,
colores, pinceles malditos, la mirada que él vio, nunca más vista, agua,
ninfeeeeeeeeeas y. Todavía hoy lo odiaría por esto. No se perdona a los profetas
de profecías ilegibles, y durante mucho tiempo pensé que él pertenecía a esa
ralea, la peor de todas, los malos maestros, estaba convencido de que, en definitiva, la mirada que él había imaginado
era una mirada inútil porque era inaccesible a los demás y estaba reservada
para él, que no había sabido hacerla mirable. Era despreciable por ello, ya que
eliminada aquella acrobacia perceptiva —esa enloquecida excursión más allá de
todo punto de vista, a la búsqueda de cierto infinito—, eliminada esa aventura
pionera de la sensibilidad, quedaba sólo un mar de ninfeas desenfocadas, un
ensayo hipertrófico de impresionismo, esa deletérea y tramposa técnica en la
que la mediana inteligencia burguesa adoooooora reconocer la irrupción de lo
moderno, electrizada por la idea de que eso haya sido una revolución, y casi
emocionada por la idea de que haya podido estimarla, a pesar de ser una
revolución, constatando que en el fondo no ha hecho daño a nadie —new for you,
finalmente una revolución pensada expresamente para las señoritas de buena
familia, de regalo en todas las cajitas la emoción de la modernidad — puaj. No
podía hacerse otra cosa más que odiarlo por lo que había hecho, y lo odié todas
y cada una de las veces en que entré en las dos salas de la Orangerie, en
París, saliendo siempre de allí derrotado, todas y cada una de las veces, durante
veinte años. Y todavía lo odiaría hoy —inútil profanador de las superficies
curvas— si no me hubiera sido dado, en la tarde del 14 de junio de 1983, ver a
alguien —una mujer— entrar en la sala 2, la más grande, y, delante de mis ojos,
ver las Nymphéas —ver las Nymphéas revelándome de ese modo que eso era posible,
no para mí, posiblemente, pero, de forma absoluta, para alguien en este mundo:
aquella mirada existía, allí dentro, y había un dónde que era el principio de
la misma, la parábola y el final..."
Tenía pensado dejar aquí la canción "O quê será" de Chico Buarque, pero será (o, si qué será) una tarea de deberán llevar a cabo Ustedes; en cambio, dándome prisa que ya son las cuatro y diez, los invito a escuchar la música de Wagner que si no me equivoco acompaña las imágenes del Apocalipsis (Ahora) que vemos ahí abajo; ¿se escucha? (mientras Robet Duvall piensa en ese olor que le gusta sentir por las mañanas, y nos hace pensar, muchachos, que el apocalipsis pasa a cada rato y muchas veces miramos para otro lado)
¡Ciao, que la pasen salvaje!
(10 - 9 - 8 - 7 - 6 - 5 -4 3 -2 -1 - ¡Cero! ¿Apocalipsis Now?)