jueves, 26 de septiembre de 2013

Mascaró, el Cazador Americano - Una lectura nueva (afanándome a mi mismo en la web)

En esto pensé el 25 de Abril


Lugar: Anibalplanet

Jueves. El libro de la semana (IV)

“Mascaró, el cazador americano”
de Haroldo Conti

Hace unos días me pregunté ¿para qué seguir con este registro inútil de mis gustos?

Hace unas horas me respondí: para releer “Mascaró”

El 29 de Septiembre de 2010 Nejimaki-Dori escribió y copió:

Y Kafka pasea por muchas de las páginas de "La letra E" de Augusto Monterroso. Y Kafka se titula la primera entrada de esta especie de diario monterrosino. Debe haber más de 1000 razones para leer los libros de Monterroso, y por lo menos 999 para leer "La letra E". (¿Y esa frase de Shakespeare que Faulkner hizo realidad literaria?).
Les transcribo la mini-entrada de la pag. 151 (de “La Letra E”)

"Tempus fugit":

"El tiempo me pertenece cada vez menos. Antes, cuando leía un libro especialmente bueno, lo disfrutaba con la esperanza de releerlo algún día; si por acaso, por fin, ahora lo releo, siento que probablemente no habrá otra oportunidad."

Así empieza “Mascaró, el cazador americano” (tres primeros párrafos):

"Cuando yo sea hombre 
entonces seré un cazador."
INDIOS KWAKIUTL

El circo

Cafuné sopla y sopla la flautilla de hueso. Es un chorrito de aire, un raspón de metal, un alma finita de viento que se enrosca en el aire. El día aquí es esta música que anda por todas partes, gota, bolita, tiempo desnudo, sin recortes. Cada tanto agita un sonajero de uñas para acompañar la música o espantarse las moscas.
Oreste ha pasado la noche en vela, sentado a una mesa. Los músicos estuvieron soplando y rascando hasta que cayeron dormidos, menos el arpero ciego, que no vio venir la noche y siguió tocando, y recién paró cuando se le agarrotaron los dedos. Mitad de la madrugada. Paró y los envolvió el silencio. El arpa ha quedado en medio del salón. Es un arpa bonita, con el clavijero labrado como un altar y el mástil que remata en un ángel que se sostiene en la punta de un pie como si fuera a saltar al piso. El ángel es pequeño pero preciso. Piel de humano, ojos de vidrio, alas de pichón. Está en el aire, livianito. El arpero es hombre a medias sin el arpa. Él entero es el arpa y el ángel y el ciego que cuan-do foca se sacude con gracia, ve cosas de adentro sin la molestia de la carne, raspa de un lado y de otro en lo seguro, comanda. Vida sin peso.
La cuadrilla tiene fama de letrero. Se transporta. Hoy aquí, mañana allí. La leve vida del cami-no. Se anuncia por cartel como La Trova de Arenales. Arenales es este pueblo. Hay un violín, un acordeón, un redoblante, una flauta dulce, una guitarra y el arpa. El guitarrero es un negro de motas blancas. Toca de sentado, con las piernas cruzadas. El violinista es un viejo legañoso, Madariaga, con un sombrero aludo, grasiento, los ojos mellados, un saco blanco, un pañuelo negro, pantalones a rayas, alpargatas. Apoya el violín en el pecho y mira para adelante. Todo tiempo. El violín está hecho con madera de embalar y suena a cascajos. La trova hace música de ruido con asunto sencillo. Polca, marote, zamba, chotis, valseado, pachanga, cositas de retozo como Corazón de canela o Adiós Mariquita linda. El arpero canta la letra cuando cuadra, a veces el negro, que tiene una voz áspera, sumida.

(Sigue comentario anti-feisbuc)

Leí Mascaró cuando tenía no más de 20 años, en estos días solo podía acordarme que me había gustado, no sabía si mucho o poco; en este momento me pregunto que carajo habré entendido entonces de todas esas situaciones fantásticas-reales-maravillosas, de esos lugares que de tan reales y palpables –y que ahora me son familiares- devienen inverosímiles; qué tanto me habrán abrazado hace 27 años esos amigos compañeros del camino locos-sabios-soñadores-libres-melancólicos-extraños-solidarios.
Pensé en releerlo para emparejar el exceso de norteamericanos (aunque no típicos, ni complacientes) en el comienzo de este ridículo registro de la experiencia de mis gustos.
¡Qué buena suerte!
Hoy sé que “Mascaró, el cazador americano” me gusta muy por encima de lo que me gustan muchos de otros libros que me gustan mucho; hoy siento la dulce tristeza de saber que, como dice Monterroso, probablemente no habrá otra oportunidad.
Hoy me hago un tatuaje mental para que dure la eternidad (y un día) que duren mis días de conciencia sobre este punto azul pálido en que viajo por el universo, que dice: aunque en un tiempito no me acuerde de los nombres de los personajes, ni del aire que se respira en esos lugares que fatigan mis amigos que andan por ahí, ni si esto o aquello, ni de cómo empieza o como termina; de lo que sí debo acordarme es de que fue un camino que valió la pena transitar dos veces con los ojos y las manos de las dos personas diferentes que fui hace más de años y hoy.

Ustedes (los que llegaron a leer hasta acá y tal vez leyeron algún otro de estos “lo mejor de la semana”) entenderán que este experimento incluye una recomendación implícita de que intenten ver, leer, probar, sumergirse, sentir, escuchar, compartir, repudiar los objetos que presento como destinatarios de un gusto personal.
Bué, esa recomendación hoy la hago explícita:
Para saber cosas interesantes de lo que llamamos espectacularmente “la vida”, tal vez sea necesario darle una leidita a “Mascaró”, estoy casi-casi-casi seguro de que se sentirán reconfortados y beneficiados por la tarea.

Abrazo
Anibal Planet


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